RUBÉN RODRIGO. Zona estratégica de redundancia
06 Jul - 09 Sep 2023
La exposición Zona estratégica de redundancia, es la tercera muestra individual de Rubén Rodrigo (Salamanca, 1980) en la Galería Fernando Pradilla.
En esta ocasión, el artista ha trabajado con el espacio arquitectónico de las salas de la galería: sus dinteles, el vano de sus puertas, sus recodos y la altura de sus techos para construir no sólo la disposición espacial de las obras, sino incluso la forma de los bastidores; de esta manera, y como si de un site specific se tratase, Rubén establece un juego entre la rigidez de la arquitectura y la flexibilidad y voluptuosidad de la pintura.
Se presentan seis nuevos lienzos de gran formato en los que Rodrigo continúa con su investigación sobre la técnica de empapado “soak painting” a partir de capas muy finas de óleo que van conformando la forma y el color de sus pinturas.
Como muy bien explica el crítico Carlos Delgado Mayordomo “El trabajo de Rubén Rodrigo es heredero directo de la tradición modernista, entendida como un proceso de depuración sobre aquello que no es sustancial al medio pictórico, es decir, la imitación o lo literario. […] Rodrigo atiende también a los logros que fueron devaluados por el modernismo como la intención simbólica, la presencia escénica, el registro del tiempo o la dimensión trascendental de la imagen.”
La nueva exposición redunda así en estos aspectos, tanto simbólicos como aquellos que son propiamente pictóricos, la superficie, el color, la pincelada, y el soporte que, interactuando con el espacio arquitectónico, proporcionan una experiencia estética que da cuenta de la madurez artística en la que se desenvuelve Rodrigo.
Del texto de Carlos Delgado Mayordomo, Llegar a decir (sobre la pintura de Rubén Rodrigo), publicado en el catálogo de la última exposición del artista en nuestra galería en 2021, extraemos los siguientes párrafos:
Decisiones estéticas
En sus últimos proyectos, la apropiación abstracta le permite sostener un ejercicio interpretativo acerca de diversos capítulos de la tradición, desde una posición humilde y abierta al constante descubrimiento. Así, de El Greco le interesa fijarse en aquello que constituye su extravagante rareza, y que será motivo de numerosos balances históricos y críticos, sobre todo desde la polémica monografía de Cossío en 1908. Entre sus fidelidades modernas, el expresionismo abstracto americano y otras poéticas próximas son referencias ineludibles, como también lo es la pintura (neo)figurativa de Francis Bacon.
Más tarde volveremos a estas relecturas y apropiaciones. Pero antes, es preciso señalar que Rubén Rodrigo no elude encrucijadas especialmente problemáticas del compromiso estético actual: la primera, su constante trabajo con un medio sobre el que aun pesa la acusación de haberse convertido en un «idioma sobreutilizado» . Su apuesta por la pintura supone, además de involucrarse afirmativamente en el debate acerca de su supervivencia, lidiar con uno de los terrores de las vanguardias: una autonomía del arte convertida en mera ornamentación. Una crisis respecto a su posición de vanguardia que actualmente es replicada, fundamentalmente, con una pintura expandida hacia lo instalativo o lo ambiental.
Las decisiones estéticas de Rubén Rodrigo están a la búsqueda de nuevos campos de imaginería pictórica que se localizan, siempre, dentro de un soporte-cuadro. Su discurso no se desliza hacia la hibridación, el exceso conceptual, la seducción de lo abyecto o la retórica del gesto. Al contrario, traza la apertura en el lienzo de una mancha amplia, diluida, de aspecto engañosamente uniforme, sobre la que desarrolla una ponderación de sus posibilidades: conflictos espaciales, negación de la imagen de origen, tensiones entre orden e inestabilidad y, sobre todo, la animación sensitiva del color.
La condición de sus cuadros nace de una autocrítica formal, que le lleva a explorar una y otra vez un mismo proceso la superposición veladuras y capas. Esta instancia tradicional, basada en trasparencias y planos, es la misma que retoma Photoshop para componer y descomponer la imagen . Deleuze, en su lectura de Francis Bacon, señalaba ya la condición paradójica de la pintura abstracta que, si bien se articula desde lo analógico, «implica operaciones de homogeneización, binarización, que son constitutivas de un código digital» . La imaginación pictórica de Rubén Rodrigo no se puede desligar de esta reflexión sobre el ver y las imágenes en la era de lo digital y de la hipertrofia de la mirada. Y, como respuesta, ofrece una obra de alta densidad visual, reflexiva, comprometida con la experiencia estética pictórica y situada contra la inducción a un consumo instantáneo de la imagen. Una pintura que se niega a la plenitud y transparencia de significados poniendo de relieve las complejidades de la percepción: vistos a distancia, en sus lienzos gravitan velos monocromos que se despliegan, se envuelven y desenvuelven; en la proximidad, las intersecciones de color generan sutiles contrastes y ritmos imprevistos. Control, azar, diálogos y juegos de escala: claves potencialmente ilimitadas en su combinatoria.
El hallazgo abstracto
Desde sus primeras exposiciones, celebradas a principios del dos mil, Rubén Rodrigo ha explorado distintas opciones formales y técnicas, a la búsqueda de una imagen propia. También, ha establecido un lúcido diálogo con las tendencias abstractas más recientes, siempre marcadas por su heterogeneidad. Arthur C. Danto intentó delimitar un tipo de abstracción impura para referirse a aquellas tendencias que actuaban, ya desde los años noventa, con plena libertad y al margen de los principios del formalismo abstracto. Demetrio Paparoni propuso el término abstracción redefinida para aludir, sin concreciones estilísticas, a unas propuestas que, lejos de querer inventar, venían a redefinir lo que ya existía desde un nuevo sistema de relaciones. De las definiciones que trataron, en general sin éxito, de nombrar las abstracciones del cambio de siglo, tal vez la que más se acerca a Rubén Rodrigo es la que planteara Juan Manuel Bonet como abstracción meditativa, ligada a las poéticas de Rothko y Newman, y que se formulaba como una «abstracción lírica, fundamentada en una honda reflexión sobre la tradición romántica del norte» .
Más allá de posibles cartografías de grupo, la mirada de Rubén Rodrigo apunta hacia todo aquello que le interesa: la tradición romántica del norte y la estética de lo sublime, pero también la pintura barroca española, las derivas abstractas contemporáneas o hallazgos del arte y las imágenes producidas en Asia Oriental. Todo ello, unido por un camino simbólico que conecta el color con ese sedimento de memoria denominado por Jung inconsciente colectivo. No se trata, sin embargo, de establecer una relación precisa entre el símbolo y lo simbolizado, sino de reactivar el carácter expresivo, semánticamente repleto, del color.